Suerte


Suerte para el que abre los ojos
y su cuna es la caja vieja de un televisor
que observan observadores en casa del millonario.

Suerte para la mujer que grita de dolor,
cuando el homicida entre en su cuerpo por última vez,
antes de tomar el cuchillo y desangrarla en pedazos.

Suerte para el campesino con hule por calzado,
que mira la lluvia llevarse el cultivo gota a gota
como el sudor que desgranó su rostro al sembrarlo.

Suerte en el África de muerte para los que aún no;
a los que la muerte les aguarda en la sangre,
o les despierta entre bala y humo por siempre.

Suerte para el aborigen de Patzún, que carga
tortillas entre tela, y camina por el polvo
para trabajar por la miseria de seguir viviendo.

Suerte en Español y en Quechua,
para el taxista que corre entre centenarias piedras
detrás de dos soles; de sol a sol hasta mañana.

Para todos suerte, ya sea en su agonía ingrata,
en su sufrimiento adquirido con el nacimiento,
o en el derecho humano de serlo.

Para los hijos del silencio, la suerte no alcanza.

16-julio-2008
1a.m.

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